Busqué una carta que ella me había escrito para un cumpleaños y la puse junto a otros objetos en una mesa baja. Fotografías, piedras, cadenitas, flores logran encajar y volverse una superficie que me alivia y puedo ver. A veces los reordeno, el lugar de cada uno tiene un sentido y aunque no logro adivinarlo quiero que permanezca así. La creación de un altar o una especie de altar se vuelve un acto instintivo como si fuera darle cuerpo a una meditación que la necesita. O la necesidad es que esas ideas se detengan en algún lugar y no desaparezcan. Pueden reposar, dar vueltas, encarnarse en esa materia.
Podríamos excusarlo diciendo que el pincel de Reni siempre fue demasiado elegante, demasiado clásico para el alboroto, pero sospechamos algo más: es la pintura misma la que nunca tuvo predilección por nuestras contorsiones indignas, por el desborde facial de nuestras pasiones o, en sentido opuesto, por nuestros gestos más tontos, fugaces y banales. No ignoramos los numerosos ejemplos de lo contrario, las logradas representaciones de la cólera o la congoja; no ignoramos que la una y sobre todo la otra tengan un lugar destacado en la iconografía occidental, pero eso no quita que pintura y escultura hayan dado a nuestras facciones una plasticidad más bien acotada y a menudo difícil.