La ficción del futuro

Notas a partir de Máquina Cóndor, de Demian Schopf, y People, de Felipe Cussen

La ficción de subjetividades está siendo impulsada por algoritmos, bots y la creciente explotación de datos – en que las empresas nos imaginan a partir de nuestros léxicos y clics – hasta que las identidades humanas y su quehacer parecen meros engranajes de esa maquinaria digital. Estas ficciones algorítmicas, promesas de futuro, ocupan hoy el rol que podía tener en el siglo XIX Madame Bovary en la narrativa francesa. Son nuestro nuevo realismo, uno en que ocupamos el lugar de personaje imaginado. Esta nueva pobreza del realismo no se opone a una representación de un supuesto “nosotros” pleno –la ficción reside en la potencialidad de un vacío necesariamente encarnado, abierto y cambiante –, pero su ambición exige ser identificada y criticada. La máquina como dispositivo de creación parece ser un caso interesante de reflexión que reúne tanto una dimensión material como una conceptual. 

Es el caso  de Máquina Cóndor (2006-), de Demian Schopf, y People (2019), de Felipe Cussen. En ambos casos, el texto que podemos leer es consecuencia de la ejecución de algoritmos. Ambas obras hacen parte de un vasto número de trabajos en que desaparece la enunciación del sujeto y autor. Tanto Schopf como Cussen intervienen géneros – en el sentido en que Lauren Berlant emplea el término, es decir como “la expectativa afectiva a cómo habrá de experimentarse el despliegue de algo” (28) – que actúan sobre nosotros sin que tengamos mucha conciencia de ellos. Me refiero, en el caso de Cussen, a las redes sociales y su estructura de perfiles y publicaciones que suelen reunir imagen y texto. Este género produce expectativas de identidad a través de posteos publicados para amigos, seguidores o usuarios, dependiendo de las políticas de privacidad. En el caso de Schopf, pienso en la sensación de ininteligibilidad que produce la cascada incesante de datos, la sobreabundancia de información a la que estamos expuestos. Esa saturación es una expectativa en sí misma, que define nuestra relación con la tecnología y también de nuestra atención hacia el mundo. 

En Máquina Cóndor – como un híbrido de David Link y Nam June Paike – Demian Schopf crea un algoritmo que interviene una estrofa de Góngora mediante el rastreo de palabras relacionadas con la economía y la guerra en diarios anglosajones. Establece luego una equivalencia aleatoria con palabras del léxico de la medicina forense, la cirugía y la anatomía. Schopf ha subrayado que el poema no es la estrofa de Góngora intervenida, sino “la estructura relacional dispuesta por mí y a través de la cual el mundo se expresa por medio de una obra que se alimenta de los hechos filtrados por los periódicos, nunca neutrales, y de los datos duros de la economía” (5). El poema, agrega, son “todos los datos sincronizados al unísono, que, por lo demás, son lo único que lo hace posible” (5). El poema sería lo que emerge al generar una estructura de relaciones que sincroniza datos de una determinada manera. Escribir no es elaborar secuencias de palabras de acuerdo a un significado o experiencia, sino la acción de observar flujos de datos y desviar su curso para hacerlos converger y producir otra cosa. 

En Máquina Cóndor emerge, en contraste con tecnologías de la escritura del barroco, un paradigma de escritura maquínico, emparentado con la racionalidad perversa de la operación Cóndor, una máquina que interviene el cuerpo de poemas humanos con una violencia que proviene de la realidad fáctica de la guerra y de la economía. El poema de Góngora es intervenido por esta máquina así como los opositores a las dictaduras fueron perseguidos, torturados y asesinados por los servicios de inteligencia de las dictaduras latinoamericanas. Góngora es carroña para el Cóndor, lo humano es carne para la operación de la guerra y la economía, la escritura virtuosa utilizada para producir significado social es transformada en soporte de la escritura maquínica en que se borra esa intencionalidad. Sin embargo, la noción de intencionalidad flota en el aire, ya que Schopf se presenta ante el lector como un nuevo Góngora, un representante de un virtuosismo algorítmico reminiscente del barroco. 

Fig. 1. Monitor exhibiendo en tiempo real una estrofa generada por la máquina así como el proceso generativo y una descripción del algoritmo, Centro Nacional de Arte Contemporáneo Cerrillos, Santiago, 2016 – 2017 (Schopf, 4). Imagen cortesía del artista

Felipe Cussen, en tanto, utiliza la página del procesador de texto o pdf como lugar de convergencia de tecnologías digitales disponibles en Internet. En People (2019) converge la creación de imágenes de personas inexistentes, pero asombrosamente “reales” y la creación automática de perfiles de usuarios para Twitter. El encuentro entre ambas tecnologías produce una serie de personas posibles, pero inexistentes, sugiriendo finalmente que somos el resultado de procedimientos algorítmicos, un cruce de una imagen con una descripción de perfil. La aparente diversidad en realidad es resultado de la aplicación de dos algoritmos. Al mismo tiempo, hay fallas que se dejan ver. Hay imágenes en que se nota la artificialidad, otras en que aparecen elementos monstruosos, y por otro lado los textos se repiten a pesar de corresponder a “personas” en principio diferentes. En cierta medida, la “creación de personajes” es bastante imperfecta y mecánica. Es una reescritura paródica del género “perfil de redes sociales”. Felipe Cussen copia resultados de estas tecnologías digitales diseñando formas de revelar sus limitaciones y, al mismo tiempo, sugiriendo una serie de relaciones con nuestros propios comportamientos. 

En People, a pesar de la aparición de una comunidad artificial, también nos enfrentamos a la desaparición de lo personal. Emerge la noción de bot o de avatar, a través del cruce de productos de inteligencia artificial enfocada en producir identidades digitales. Ya no se trata de aludir a disidentes asesinados por aparatos represesores y la prolongación de esta lógica en la esfera de la economía y la guerra, sino del potencial político de lo artificial. La operación en sí tiene algo burdo en que el lector está llamado a descubrir no ya un virtuosismo maquínico sino una especie de “estupidez artificial”, como la denomina Cussen, donde es la inteligencia conceptual de lo humano que puede exhibir las fallas de dispositivos que, sin límites, podrían actuar con consecuencias insospechadas. En cierto sentido, Cussen nos recuerda una ambigua esfera de humanidad en que podemos percibir las limitaciones de la inteligencia artificial, y donde la capacidad de proyectar consecuencias cruzadas entre tecnologías independientes hace emerger los nuevos monstruos de la razón.

La escritura algorítmica nos obliga a desprendernos de la lectura textualista. Hay una dimensión conceptual, programable, previa, que determina la producción de la diversidad en que, muchas veces, interviene lo aleatorio. Lo random no está ahí, como en los surrealistas, para subrayar el valor de lo inconsciente y atentar contra el imperio de lo racional, sino que como resultado de una ejecución neutra. Lo random es un elemento crucial en que se expresan reglas preestablecidas, por lo que definir su rol es relevante. Ya vimos que, en el caso de People, lo aleatorio interviene en la creación algorítmica de las imágenes de personas y de sus perfiles textuales. Lo aleatorio es el resultado cada vez singular de la ejecución de esos algoritmos, que luego Cussen ordena en el espacio del pdf de manera lineal, en el orden en que él mismo ejecutó los programas. No hay montaje secuencial que pudiera develar una narrativa intencional, sino un apego a cierta “autenticidad” neutral de lo aleatorio, tal cual fue apareciendo (aunque esta idea de una cierta autenticidad del orden de aparición de lo random es cuestionable). Lo aleatorio está contenido como producto de aquello que se quiere revelar a través de la combinación entre imagen y texto, y que apunta a mostrar las limitaciones de algoritmos que pretenden ser realistas. Lo aleatorio, expuesto como producto, permite un desmontaje paródico de las aspiraciones realistas de los algoritmos. 

En la primera versión de Máquina Cóndor, lo random intervenía en el momento en que el algoritmo asociaba las palabras rastreadas en la prensa, relacionadas con la economía y la guerra, con una serie de grupos de palabras provenientes de la medicina, la cirugía y lo forense. Los versos eran “reactivos” con respecto a noticias publicadas, pero la relación misma entre el tipo de palabras rastreadas y las palabras que intervenían en el poema no tenían un sentido determinado. Esto hacía que el texto fuera dinámico e incluso que fuera una “pieza cuya forma, siempre cambiante, resulta imposible de predecir” (6). Sin embargo, Schopf toma distancia de un modelo de cambio basado en el azar. Señala que en la versión de 2016, la más reciente, “los números aleatorios han sido sustituidos por los valores de compra y venta de una selección de divisas relacionada con países donde hay, o hubo, guerras y conflictos políticos por motivos económicos” (6). El azar ya no estaría presente en Máquina Cóndor sino que habría así determinismo. Se aleja de la idea de “poesía aleatoria”, pensando la obra como una “especie de termómetro muy exacto (incluyendo un calculado efecto de variación), como un memorial vivo o como una estructura relacional en base a nodos que están siendo modificados permanentemente por la contingencia” (6).

En Máquina Cóndor hay una búsqueda por superar lo aleatorio y construir algoritmos que, de alguna manera, reproduzcan una visión determinista de las relaciones entre “la guerra y la economía, la tortura con la scientia y la tekné del medicus y, por supuesto, el bios con el logos” (6). Lo aleatorio aquí también es percibido como una distorsión de una realidad mucho más mecanicista, con sus causas y efectos, pero, más que intentar hacer una obra que critique esta pretensión realista de lo random, se busca sobrepasar lo aleatorio y desarrollar una tecnología capaz de representar el “tiempo real, interconectado, instantáneo” intentando descifrar relaciones causales donde lo azaroso es eliminado. A través de la construcción de Máquina Cóndor, se persigue un algoritmo realista y crítico a la vez. 


Imagen de la página 49 de People (2019), en que se aprecian fallas del algoritmo productor de rostros. Imagen cortesía del artista

La lectura textualista convierte significados de palabras en interpretaciones cerradas en sí mismas o en relaciones con un afuera. Esta conversión elabora un nuevo conjunto de palabras que, de alguna forma, contiene la particularidad del texto o bien establece relaciones de causalidad con lo exterior al texto. Algo del aura textual, subjetiva o social se traspasa a ese discurso que lo abarca y lo pone en relación. La lectura crea su exterioridad, a costa de pensar el soporte y la circulación. En cambio, las obras de Schopf y Cussen se resisten a esta operación, sobre todo en la medida en que la circulación y el soporte difieren de las formas habituales en que se escriben, leen y circulan textos poéticos tradicionalmente. En ellas, el soporte aparece como frontera entre la obra, la cultura, lo social y lo político, y se presenta al lector-espectador como una necesidad. En el caso de Schopf, la máquina se vuelve también instalación, alejándose de la tendencia a lo “pulcro” que ha descrito Byung Chul-Han y subrayando una materialidad confusa y exuberante, reminiscente del cablerío urbano latinoamericano, que se articula con los espacios y las interacciones en que la obra pudo ser vista. La Máquina adquiere en sí misma un aspecto perturbador, que se relaciona con el tenor violento de las actividades que se ejecutan. En el caso de People, en cambio, pareciera haber un repliegue material hacia lo digital e, incluso, una renuncia al prestigio del soporte. El pdf es probablemente hoy en día el formato más utilizado y económico para compartir texto no editable, y de gran facilidad de difusión. Al utilizar el pdf como soporte, Cussen facilita el acceso a la obra y, al mismo tiempo, subvierte su uso tradicional. El soporte pareciera casi desaparecer como “tema” pero, por tratarse de otro objeto digital, revela a la obra como un montaje hipermedial que vuelve sobre sí mismo. 

No es que antes la escritura no fuera una tecnología, sino que el libro fue de alguna forma naturalizado. La sucesiva aparición de máquinas de escribir, fotocopiadoras y computadores volvió a subrayar el carácter técnico de la escritura, ahora además complejizada con esa otra escritura invisible que es la programación. La lectura textualista no puede abordar los problemas que suscitan las nuevas tecnologías de escritura vinculadas a la inteligencia – o estupidez – artificial. Los textos que producen estas tecnologías nos invitan a pensar acerca de los espacios y modos de circulación de estos textos, así como las formas posibles de leerlos. Si las tecnologías impulsan los géneros en que somos imaginados, ¿podemos realmente ser lectores de los productos de esa imaginación? Esta pregunta parece acentuar la tensión por cierta expectativa de ser “descifradores” exclusivos del universo y sus signos y cierta utopía en que las máquinas se hacen cargo de todo este trabajo, dejándonos a nosotros el rol de dejar la mayor cantidad de huellas digitales posibles, para alimentar la ficción del futuro. 

Berlant, Lauren. El Optimismo cruel. Buenos Aires: Caja Negra, 2020.

Schopf, Demian. Máquina cóndor (2006-): disponible en: https://demianschopf.com/images/documentos/maquina-condor-es.pdf

Cussen, Felipe. People. Hysterically real (2019): disponible en: https://www.hystericallyreal.com/post/185007374560/people-by-felipe-cussen-pdf

Christian Anwandter

Christian Anwandter (Santiago de Chile, 1981). Publicó Para un cuerpo perdido (Ed. Tácitas, 2008), Colores descomunales (Lom, 2012) y Dron (Pez espiral, 2021). Junto a Laura Petrecca, publicó Aquí vivía yo (27 Pulqui, 2015). Es profesor del Departamento de Literatura de la Facultad de Artes Liberales en la Universidad Adolfo Ibáñez.